
La disputa entre las corporaciones y la política, ¿te despierta alguna reflexión?
A.D.: A mí me parece que por primera vez en la historia -por segunda vez quizás-,
el poder político no está en el mismo lugar que el establishment o las corporaciones. El poder económico está en un lugar, pero el poder político no está en ese mismo lugar, está en otro. Esto nos produce a nosotros, ciudadanos comunes que quizás estamos acostumbrados a fijar nuestra agenda en los cafetines y en las pizzerías, que sentimos la perplejidad de que ahora esa agenda está en el poder político. Y entonces de golpe devenimos oficialistas. Pero devenimos oficialistas porque los asuntos con los que nosotros soñábamos en la pizzería, ahora están en la agenda del
gobierno. Y, en cambio, todo lo demás, se ha trasladado, ya no está en la Casa Rosada.
Lo que agudizó las contradicciones.
A.D.: El conjunto de intereses que puja para que no haya cambios ya no está, como era habitual, en el poder político, o no está del todo. Entonces la confrontación se hace inédita y se hace áspera y se hace drástica: es imposible sintetizar y contemporizar. Se puede acordar las reglas, se pueden
hacer unos acuerdos mínimos de romper la menor cantidad de platos, pero la confrontación es inevitable y, aquí, uno de los dos bandos va a tener que retroceder algunos pasos, no se puede contentar a todos en este caso. Pero está bien que haya una confrontación así, porque además, propende este conflicto a provocar la caída de las máscaras. Resulta cada vez más difícil encubrir
la propia cara disfrazándola con unos afeites progresistas, casi siempre más relacionados con ciertos asuntos laterales, que con el centro mismo del conflicto social clásico.
Se hizo más compleja la disputa.
A.D.: Durante los 90 era facilísimo ser progresista sin tocar el interés de nadie, porque bastaba con oponerse a los modales de Menem. Entonces ya estaba, ya era suficiente, ya lucías progresista. La progresía en la Argentina se limitaba a unos ciertos gestos. Pero ahora el asunto cambió, no rige aquel dictamen conforme al cual las ideologías estaban muertas y entonces lo que valía es la gestión.
Una progresía que ahora quedó descolocada o trata de reubicarse ante el nuevo escenario político propuesto por los Kirchner.
A.D.: De golpe el escenario cambió y entonces no hay más remedio que pronunciarse, en un sentido y en un conflicto en donde lo social, lo estrictamente político y lo económico, están en el medio del asunto. El tema del poder político en un lugar y el poder económico en otro no permite mantener las máscaras mucho tiempo, más tarde o más temprano, tenés que decir quién sos, de qué lado estás. Entonces, por eso hay personas que parecen haber traicionado a su causa y por ahí no es que lo hicieron, este conflicto se da ahora de una manera muy diferente. Entonces no es tan sencillo como decir: -mirá que mal gusto tiene Menem.
¿Creés que las próximas elecciones adquieren una importancia mayor por esta puja?
A.D.: Tienen una importancia bastante mayor, claro. En general, en nuestros países las elecciones son más importantes de lo que pueden ser en los Estados Unidos de América, donde solamente hay un ángulo muy pequeño entre las políticas de los republicanos y los demócratas. Ni los demócratas van a hacer la reforma agraria, ni los republicanos van a prohibir los diarios. Pero aquí sí hay una gran diferencia, que ya no son administraciones como suelen nombrar ellos a la gestión. Aquí son políticas distintas, dos proyectos de país distintos que se están enfrentando. Por eso estas elecciones son muy importantes, tanto, que no conviene dar un solo paso en falso. Hay que marcar mucho a los nuestros, como decía José Salomón, que era un zaguero de Racing. En cierto partido, se rumoreaba que algunos jugadores iban para atrás, y entonces, dice la leyenda, que él en los corners gritaba: -Marquen a los nuestros. Y a veces a uno le da ganas de gritar que marquen a los nuestros, porque estamos en una situación tal, que yo creo que únicamente podríamos perder con goles en contra. Pero hay algunos que tienen tantas ganas de hacerse goles en contra, que habría que decirles que no hagan tanto.
Hace poco Mario Wainfeld decía que el problema más grande que veía, no solo para el Frente para la Victoria, sino para todo el arco político argentino, era el fuego amigo, o como decís vos, los goles en contra.
A.D.: Claro, es más fácil que caigamos por balas amigas. Por algunos espontáneos que son insensatos. En todas las filas hay insensatos. La insensatez no es de izquierda ni de derecha. Es que por ahí ven mal la situación, se apresuran, se equivocan, exageran y cometen los mismos errores que por ahí estamos criticando a los adversarios. Por ejemplo, se hacen intolerantes.
En ese sentido, Cristina ¿qué sensación te despierta?
A.D.: Me parece que está actuando con una enorme prudencia. Tiene una gran prudencia. Porque además, hay toda clase de veladas provocaciones cada cinco minutos, para ver si la sacan de quicio, para ver si la obligan a cometer una demasía, para ver si en un arrebato prohíbe que Vargas Llosa abra la exposición de la feria del libro. O para ver si se enoja públicamente con Moyano. Y ella no cae en ninguna de esas trampas porque además tiene una gran templanza, que es ciertamente una virtud indispensable en casos de conflictos tan ásperos como éste. Me parece que las personas incontinentes, que fácilmente entran en un estado de indignación, que los precipita en una especie de jihad privada, son ahora peligrosas para la misma causa que defienden.
¿Y la ves a Cristina gobernando los próximos cuatro años?
A.D.: Sí, claro, ojalá que sí. Ojalá que sí.
¿Y de Néstor que recuerdo tenés?
A.D.: Néstor era un político diferente a Cristina, me parece a mí. Era mucho más confrontativo, pero por suerte. Yo creo que algunos le han recriminado esa combatividad, ese supuesto mal carácter, no es mal carácter, no, el tipo está en un momento político que lee perfectamente y comprende que no hay más remedio que la confrontación, que no se puede seguir adelante con nuevos arreglos, con nuevos pactos, con nuevas formas de convivencia, que siempre son finalmente, casi diría yo, una forma de traición. Y entonces confronta. Empieza a confrontar y lo sigue haciendo aún cuando al parece comienza perdiendo, porque cuando aparece el tema de la 125 todos pensábamos que el kirchnerismo había cometido un suicidio, que a lo mejor, por no acordar, por no transar, había ido demasiado lejos y había perdido el apoyo de las clases medias, etc, etc.
Mucha gente leyó eso, pero a la vez se produjo una galvanización muy fuerte del kirchnerismo.
A.D.: Eso era lo aparente, ahora nos damos cuenta de que por suerte este hombre fue confrontativo en ese momento, porque se perfiló mucho mejor que lo que estaba este navío en el que todos remontamos las aguas ¿no? Y en la defensa de unos valores de los que algunos teníamos vergüenza públicamente, como si ciertos sueños estuvieran solamente reservados a una oposición, a un ámbito estudiantil, a un ámbito meramente confrontativo y sin ambiciones de poder. Hay una posición muy cómoda en eso ¿no? En no ambicionar el poder, en soñar con cosas aparentemente inalcanzables y cuando más inalcanzables mejor, entonces uno no se veía obligado a gestionarlas. Bueno, resulta que algunas de estas cosas están en la agenda del gobierno. Si no hubiera confrontado Néstor de la manera en que lo hizo, difícilmente estaríamos hablando de esto.
Y sentís que el peronismo, a diferencia de los partidos políticos de Estados Unidos que no suelen dar sorpresas,¿con Néstor y Cristina vuelve a sorprender?
A.D.: Sí, sí. Es un matrimonio sorpresa.
Yo lo llamaría casi un milagro.
A.D.: Sí, sí, es casi milagroso. Hay un compañero, (creo, casi un compañero), un hombre de la izquierda de una gran trayectoria, que entusiasmado por los primeros cacerolazos, me dijo: -me parece que ésto es una cosa nueva en el país. Y yo le dije: no, vos fijate, algo debe estar mal porque ahí conviven la señora de enfrente de mi casa, una señora que invirtió, que tiene réditos y está preocupada por eso, y algunos obreros, que están momentáneamente juntos defendiendo un interés que es contingente y que va a desaparecer enseguida, que no tiene futuro. Y después me dijo: -Tenés razón, pero lo que ocurrió ahora sí es milagroso. Me lo dijo cuando ya estaba en marcha el proyecto de los Kirchner. Y sí, yo opino lo mismo, ha sido inesperado. ¿Y qué podía esperar uno en aquellos momentos de los cacerolazos, de gente quejándose de la gestión, como si la Argentina fuera un hotel y ellos fueran sus huéspedes? Casi como saliéndose del país para criticarlo ¿Cuál es el resultado de esa actitud? Emigración, que se vayan todos, desconfianza de la clase política, una especie de anarquismo de derecha representado por la vieja de acá enfrente, que tiene más plata que los ladrones y anda por ahí penando miseria. Son quejas republicanas, por suerte ya los cacerolazos han sido abandonados por los que menos tienen.
¿Algo así como la esquizofrenia con la inseguridad?
A.D.: Todos sabemos que ese es un problema, pero que no es un problema tan grande como lo presentan, o en todo caso no es un problema exclusivo de la Argentina, ni es un problema hijo de una política como la de los Kirchner, sino de una situación mucho más global y compleja. Y que en todo caso encuentra más explicación en toda la exclusión de los años 90, que acorraló a millones de argentinos. Y también hay que ver la forma en que se difunde este tema de la inseguridad. A la vieja de enfrente solo le preocupan cosas munícipes y que los pobres andan merodeando ¿Y los tipos a dónde van a ir a juntar cartones? Por acá. Entonces, ese universo de gente bien vestida, dice que andan merodeando, que molestan, que ensucian, que estorban. Es una porquería, y sigue, pero bueno, no es solo la vieja de enfrente, hay millones como la vieja de enfrente. Entonces hay que persuadir, mostrar otra posibilidad y creo que en ese sentido algún éxito han tenido las gestiones de Néstor y de Cristina. E incluso la acción de muchos medios periodísticos que exponiéndose también a esta confrontación han conseguido instalar en la sociedad la idea de que no todo es como dice Clarín.
¿Qué pensás del fenómeno de la participación de los jóvenes?
A.D.: La mejor noticia política, de todas las que se han producido, es el regreso de la juventud al entusiasmo político. Estos tipos que allá en el 2000, o sea, no hace tanto, poco, se iban y entonces los entrevistaban y decían: me voy porque aquí no tenés futuro. Por Radio 10 hablaban, yo me acuerdo incluso, ni bien instalado Néstor en la Casa Rosada, hablaban con tipos que estaban en Australia y contaban lo bueno que era Australia. Una cosa de individualismo pero casi autista, de no preocuparse sino por el propio destino y de solamente tener una opinión política para quejarse de como el país los expulsaba. El país, que era el hotel del que hablábamos recién, era tan mal administrado que los obligaba a irse. Eso es horroroso. Por suerte también otro milagro sucedió y ahora estos chicos de 19 años, que tenían nueve en aquel entonces, tienen otra mirada, otro entusiasmo y se sienten involucrados en una causa que es de todos. Eso es de lo que más vale de lo que ha ocurrido, es una gran noticia. Todos querían ser propietarios de camionetas o emigrantes exitosos para triunfar en Italia. Es un sueño que uno tiene que admitir y respetar, pero yo quiero a estos chicos que están luchando por un país mejor.
A.D.: A mí me parece que por primera vez en la historia -por segunda vez quizás-,
el poder político no está en el mismo lugar que el establishment o las corporaciones. El poder económico está en un lugar, pero el poder político no está en ese mismo lugar, está en otro. Esto nos produce a nosotros, ciudadanos comunes que quizás estamos acostumbrados a fijar nuestra agenda en los cafetines y en las pizzerías, que sentimos la perplejidad de que ahora esa agenda está en el poder político. Y entonces de golpe devenimos oficialistas. Pero devenimos oficialistas porque los asuntos con los que nosotros soñábamos en la pizzería, ahora están en la agenda del
gobierno. Y, en cambio, todo lo demás, se ha trasladado, ya no está en la Casa Rosada.
Lo que agudizó las contradicciones.
A.D.: El conjunto de intereses que puja para que no haya cambios ya no está, como era habitual, en el poder político, o no está del todo. Entonces la confrontación se hace inédita y se hace áspera y se hace drástica: es imposible sintetizar y contemporizar. Se puede acordar las reglas, se pueden
hacer unos acuerdos mínimos de romper la menor cantidad de platos, pero la confrontación es inevitable y, aquí, uno de los dos bandos va a tener que retroceder algunos pasos, no se puede contentar a todos en este caso. Pero está bien que haya una confrontación así, porque además, propende este conflicto a provocar la caída de las máscaras. Resulta cada vez más difícil encubrir
la propia cara disfrazándola con unos afeites progresistas, casi siempre más relacionados con ciertos asuntos laterales, que con el centro mismo del conflicto social clásico.
Se hizo más compleja la disputa.
A.D.: Durante los 90 era facilísimo ser progresista sin tocar el interés de nadie, porque bastaba con oponerse a los modales de Menem. Entonces ya estaba, ya era suficiente, ya lucías progresista. La progresía en la Argentina se limitaba a unos ciertos gestos. Pero ahora el asunto cambió, no rige aquel dictamen conforme al cual las ideologías estaban muertas y entonces lo que valía es la gestión.
Una progresía que ahora quedó descolocada o trata de reubicarse ante el nuevo escenario político propuesto por los Kirchner.
A.D.: De golpe el escenario cambió y entonces no hay más remedio que pronunciarse, en un sentido y en un conflicto en donde lo social, lo estrictamente político y lo económico, están en el medio del asunto. El tema del poder político en un lugar y el poder económico en otro no permite mantener las máscaras mucho tiempo, más tarde o más temprano, tenés que decir quién sos, de qué lado estás. Entonces, por eso hay personas que parecen haber traicionado a su causa y por ahí no es que lo hicieron, este conflicto se da ahora de una manera muy diferente. Entonces no es tan sencillo como decir: -mirá que mal gusto tiene Menem.
¿Creés que las próximas elecciones adquieren una importancia mayor por esta puja?
A.D.: Tienen una importancia bastante mayor, claro. En general, en nuestros países las elecciones son más importantes de lo que pueden ser en los Estados Unidos de América, donde solamente hay un ángulo muy pequeño entre las políticas de los republicanos y los demócratas. Ni los demócratas van a hacer la reforma agraria, ni los republicanos van a prohibir los diarios. Pero aquí sí hay una gran diferencia, que ya no son administraciones como suelen nombrar ellos a la gestión. Aquí son políticas distintas, dos proyectos de país distintos que se están enfrentando. Por eso estas elecciones son muy importantes, tanto, que no conviene dar un solo paso en falso. Hay que marcar mucho a los nuestros, como decía José Salomón, que era un zaguero de Racing. En cierto partido, se rumoreaba que algunos jugadores iban para atrás, y entonces, dice la leyenda, que él en los corners gritaba: -Marquen a los nuestros. Y a veces a uno le da ganas de gritar que marquen a los nuestros, porque estamos en una situación tal, que yo creo que únicamente podríamos perder con goles en contra. Pero hay algunos que tienen tantas ganas de hacerse goles en contra, que habría que decirles que no hagan tanto.
Hace poco Mario Wainfeld decía que el problema más grande que veía, no solo para el Frente para la Victoria, sino para todo el arco político argentino, era el fuego amigo, o como decís vos, los goles en contra.
A.D.: Claro, es más fácil que caigamos por balas amigas. Por algunos espontáneos que son insensatos. En todas las filas hay insensatos. La insensatez no es de izquierda ni de derecha. Es que por ahí ven mal la situación, se apresuran, se equivocan, exageran y cometen los mismos errores que por ahí estamos criticando a los adversarios. Por ejemplo, se hacen intolerantes.
En ese sentido, Cristina ¿qué sensación te despierta?
A.D.: Me parece que está actuando con una enorme prudencia. Tiene una gran prudencia. Porque además, hay toda clase de veladas provocaciones cada cinco minutos, para ver si la sacan de quicio, para ver si la obligan a cometer una demasía, para ver si en un arrebato prohíbe que Vargas Llosa abra la exposición de la feria del libro. O para ver si se enoja públicamente con Moyano. Y ella no cae en ninguna de esas trampas porque además tiene una gran templanza, que es ciertamente una virtud indispensable en casos de conflictos tan ásperos como éste. Me parece que las personas incontinentes, que fácilmente entran en un estado de indignación, que los precipita en una especie de jihad privada, son ahora peligrosas para la misma causa que defienden.
¿Y la ves a Cristina gobernando los próximos cuatro años?
A.D.: Sí, claro, ojalá que sí. Ojalá que sí.
¿Y de Néstor que recuerdo tenés?
A.D.: Néstor era un político diferente a Cristina, me parece a mí. Era mucho más confrontativo, pero por suerte. Yo creo que algunos le han recriminado esa combatividad, ese supuesto mal carácter, no es mal carácter, no, el tipo está en un momento político que lee perfectamente y comprende que no hay más remedio que la confrontación, que no se puede seguir adelante con nuevos arreglos, con nuevos pactos, con nuevas formas de convivencia, que siempre son finalmente, casi diría yo, una forma de traición. Y entonces confronta. Empieza a confrontar y lo sigue haciendo aún cuando al parece comienza perdiendo, porque cuando aparece el tema de la 125 todos pensábamos que el kirchnerismo había cometido un suicidio, que a lo mejor, por no acordar, por no transar, había ido demasiado lejos y había perdido el apoyo de las clases medias, etc, etc.
Mucha gente leyó eso, pero a la vez se produjo una galvanización muy fuerte del kirchnerismo.
A.D.: Eso era lo aparente, ahora nos damos cuenta de que por suerte este hombre fue confrontativo en ese momento, porque se perfiló mucho mejor que lo que estaba este navío en el que todos remontamos las aguas ¿no? Y en la defensa de unos valores de los que algunos teníamos vergüenza públicamente, como si ciertos sueños estuvieran solamente reservados a una oposición, a un ámbito estudiantil, a un ámbito meramente confrontativo y sin ambiciones de poder. Hay una posición muy cómoda en eso ¿no? En no ambicionar el poder, en soñar con cosas aparentemente inalcanzables y cuando más inalcanzables mejor, entonces uno no se veía obligado a gestionarlas. Bueno, resulta que algunas de estas cosas están en la agenda del gobierno. Si no hubiera confrontado Néstor de la manera en que lo hizo, difícilmente estaríamos hablando de esto.
Y sentís que el peronismo, a diferencia de los partidos políticos de Estados Unidos que no suelen dar sorpresas,¿con Néstor y Cristina vuelve a sorprender?
A.D.: Sí, sí. Es un matrimonio sorpresa.
Yo lo llamaría casi un milagro.
A.D.: Sí, sí, es casi milagroso. Hay un compañero, (creo, casi un compañero), un hombre de la izquierda de una gran trayectoria, que entusiasmado por los primeros cacerolazos, me dijo: -me parece que ésto es una cosa nueva en el país. Y yo le dije: no, vos fijate, algo debe estar mal porque ahí conviven la señora de enfrente de mi casa, una señora que invirtió, que tiene réditos y está preocupada por eso, y algunos obreros, que están momentáneamente juntos defendiendo un interés que es contingente y que va a desaparecer enseguida, que no tiene futuro. Y después me dijo: -Tenés razón, pero lo que ocurrió ahora sí es milagroso. Me lo dijo cuando ya estaba en marcha el proyecto de los Kirchner. Y sí, yo opino lo mismo, ha sido inesperado. ¿Y qué podía esperar uno en aquellos momentos de los cacerolazos, de gente quejándose de la gestión, como si la Argentina fuera un hotel y ellos fueran sus huéspedes? Casi como saliéndose del país para criticarlo ¿Cuál es el resultado de esa actitud? Emigración, que se vayan todos, desconfianza de la clase política, una especie de anarquismo de derecha representado por la vieja de acá enfrente, que tiene más plata que los ladrones y anda por ahí penando miseria. Son quejas republicanas, por suerte ya los cacerolazos han sido abandonados por los que menos tienen.
¿Algo así como la esquizofrenia con la inseguridad?
A.D.: Todos sabemos que ese es un problema, pero que no es un problema tan grande como lo presentan, o en todo caso no es un problema exclusivo de la Argentina, ni es un problema hijo de una política como la de los Kirchner, sino de una situación mucho más global y compleja. Y que en todo caso encuentra más explicación en toda la exclusión de los años 90, que acorraló a millones de argentinos. Y también hay que ver la forma en que se difunde este tema de la inseguridad. A la vieja de enfrente solo le preocupan cosas munícipes y que los pobres andan merodeando ¿Y los tipos a dónde van a ir a juntar cartones? Por acá. Entonces, ese universo de gente bien vestida, dice que andan merodeando, que molestan, que ensucian, que estorban. Es una porquería, y sigue, pero bueno, no es solo la vieja de enfrente, hay millones como la vieja de enfrente. Entonces hay que persuadir, mostrar otra posibilidad y creo que en ese sentido algún éxito han tenido las gestiones de Néstor y de Cristina. E incluso la acción de muchos medios periodísticos que exponiéndose también a esta confrontación han conseguido instalar en la sociedad la idea de que no todo es como dice Clarín.
¿Qué pensás del fenómeno de la participación de los jóvenes?
A.D.: La mejor noticia política, de todas las que se han producido, es el regreso de la juventud al entusiasmo político. Estos tipos que allá en el 2000, o sea, no hace tanto, poco, se iban y entonces los entrevistaban y decían: me voy porque aquí no tenés futuro. Por Radio 10 hablaban, yo me acuerdo incluso, ni bien instalado Néstor en la Casa Rosada, hablaban con tipos que estaban en Australia y contaban lo bueno que era Australia. Una cosa de individualismo pero casi autista, de no preocuparse sino por el propio destino y de solamente tener una opinión política para quejarse de como el país los expulsaba. El país, que era el hotel del que hablábamos recién, era tan mal administrado que los obligaba a irse. Eso es horroroso. Por suerte también otro milagro sucedió y ahora estos chicos de 19 años, que tenían nueve en aquel entonces, tienen otra mirada, otro entusiasmo y se sienten involucrados en una causa que es de todos. Eso es de lo que más vale de lo que ha ocurrido, es una gran noticia. Todos querían ser propietarios de camionetas o emigrantes exitosos para triunfar en Italia. Es un sueño que uno tiene que admitir y respetar, pero yo quiero a estos chicos que están luchando por un país mejor.